FECHA: 19 de agosto.
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En el arte clásico griego, como en toda expresión artística, las formas se asocian a la manera de entender el mundo y la vida. Este se trasladó a formas artísticas con los principios de armonía, perfección y belleza. Justamente, uno de los rasgos que define ésta época es la exploración de un mayor conocimiento de la anatomía humana en su máxima expresión. A través de esta búsqueda, se manifestaron cánones de belleza determinados que comprendían proporciones ideales para la representación perfecta del ser humano dentro del imaginario del arte griego.
El arte griego se origina a través de la búsqueda de la belleza ideal a partir de la recreación del mundo platónico, es decir mediante la imitación de la naturaleza. Es así que el arte griego contempla tres conceptos estéticos que luego predominarían en la cultura occidental: El cuerpo humano es el fundamento de toda belleza; La belleza existe a través de la armonía de las medidas, proporciones y simetría y, por último, la belleza se fundamenta en la imitación de la naturaleza pero idealizada. Estos conceptos se harían más perceptibles a partir de la escultura griega, puntualmente contemplando la de tipo clásica y la Helenística (siglos IV al II A.C.).
Dentro del imaginario de belleza griego, la simetría en el cuerpo humano llamó la atención. Es así que la conexión de aquella con el artificio de las matemáticas adquiere gran importancia a la hora de esbozar un ideal estético tan característico como la que se desarrolló en la antigua Grecia: la belleza se ideaba como el corolario de cálculos precisos, medidas proporcionales y un muy marcado cuidado por la correspondencia.
Policleto, escultor griego, es quien empieza a marcar los cánones de belleza en la escultura a través de las proporciones ideales en la figura humana asociada con las matemáticas: Siete cabezas de altura para el cuerpo perfecto en su escultura del “Doríforo”. Más tarde, Lisipo –también escultor griego-–optaría por un canon más esbelto y delicado, por lo cual utilizaría ocho cabezas de altura para su modelo de cuerpo perfecto. Correspondientemente a Lisipo y siguiendo su canon característico, Praxíteles –otro escultor griego– sigue aquella consigna pero añade la curvatura del cuerpo como un valor espontáneo para una “belleza real”. Como se observa, entonces, en Grecia se entendía a la figura humana como el ideal de belleza en la que todas las partes deben guardar una proporción armónica entre ellas: Un cuerpo es ciertamente considerado como bello cuando todas sus partes están proporcionadas a la figura entera.
Ahora bien, esta proporción, materializada en la escultura, se distinguía entre el sexo masculino y femenino a partir de diferentes tipologías canónicas. En el primer caso, el ideal masculino estaba basado directamente y exclusivamente en los perfiles de los atletas y gimnastas griegos: equilibrio, voluntad, valor, control, belleza eran sustantivos que graficaban idóneamente el canon estético de este género. Por otro lado, la representación de movimiento en el cuerpo ideal se esboza a través de la acentuación de los músculos en la escultura.
Para ejemplificar fehacientemente el canon de belleza masculino, retomamos a Policleto con su escultura del “Doríforo”.
Esta obra representa a un joven atleta que porta una lanza en su mano izquierda y posa en actitud de avanzar. En primera Instancia, los músculos marcados nos remiten al naturalismo existente en el clasicismo griego, además de la acentuada línea de la cadera que muestra la diartrosis de un cuerpo humano regular. Por otro lado, es importante recalcar la ausencia de expresión en el rostro, el cual simbolizaba una belleza idealizada. Con respecto al rostro, ésta se encuentra dividida en tres partes iguales: la frente, la nariz, y la distancia de ésta al mentón. En definitiva, el modelo ideal de Polícleto fue mandatorio en su época, sin embargo, versiones futuras se harían presente en el tiempo a través de modificaciones en las extremidades (mayormente en la cabeza, haciéndola más pequeña) pero siempre teniendo en cuenta el ideal de perfección (Von Mach 2013:191).
En el aspecto femenino, las esculturas de las mujeres, aunque proporcionadas, representaban a un perfil más bien robusto y sin sensualidad. Sus ojos eran grandes, la nariz era afilada, la boca y orejas en regular tamaño, las mejillas y el mentón ovalados. Todo esto para esbozar un perfil triangular.
A partir de la etapa Helenística (siglos IV al II A.C.) los temas de género y la figura femenina desnuda en la escultura griega se hacen más prominentes. La figura de la mujer pasa de aquel modelo robusto y sin sensualidad –acaso como símbolo de fecundidad y propensión a labores de hogar y familia– hacia un modelo con formas curvas y develando más de la figura femenina. Los cuerpos femeninos en el imaginario del arte griego, a comparación del masculino, reflejan igual o más naturalismo que aquellos: Mujeres con piernas gruesas, firmes y definidas, torsos con formas de reloj de arena a partir de la cintura alta, caderas anchas pero decreciendo hacia las piernas y pechos redondos pero no grandes son muestra de aquello. La apreciación de la figura femenina, entonces, pasa a ser más observada. Se representa –mayormente– la figura de la diosa mitológica con un carácter más marcado e independiente a comparación de aquella figura femenina robusta y rolliza que había antes: la prominencia de los senos al descubierto, las manos y pies mejor esculpidos y con formas naturales, así como expresión en el rostro. Con respecto al rostro, había también un canon determinado: la boca debía tener una vez y media el ancho correspondiente a la nariz y los ojos debía estar paralelos a la distancia del ancho de uno solo.
Este aspecto se podía corroborar tanto en la escultura de la segunda etapa del período clásico como en el Helenístico.
En definitiva, el arte griego esboza una búsqueda por la belleza ideal a partir de la simetría y las proporciones. Aquellas se resaltan en la figura masculina a partir del canon de belleza atlético e imitando a una naturaleza idealizada. Por otro lado, aunque algo supeditada a la figura masculina, la imagen de belleza femenina en la antigua Grecia esboza su propia proporcionalidad particular a partir de una evolución entre los períodos clásico y helenístico: De cuerpos robustos, gruesos y formas poco sensuales, a la exaltación de la figura femenina a través de curvas, piernas firmes y bustos naturales remitentes a la idea de deidades femeninas. Tomado de: Universidad de Palermo
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